“El amor verdadero no termina nunca y es capaz de trascender el tiempo”, dice Javier Vidal-Quadras, director de IFFD Internacional. También, que el enamoramiento y sus pasiones son siempre necesarias, sin embargo, solo unido a la voluntad y le inteligencia dan verdadero fruto.

El amor requiere esfuerzo. Cualquiera que tenga un amigo, un padre, sabe que a veces tiene que ponerse en paréntesis y agradar al otro. Estar para el otro. Por mucho que le apetezca ir a cine tiene que quedarse porque su mujer o su novio le necesita. O porque percibe que le necesita.

El enamoramiento forma parte del amor y tiene que estar allí. Porque un enamoramiento solo de voluntad no es el apropiado para el ser humano.

El enamoramiento es un momento dulce de absoluta unión, donde desaparece el mundo. Es precioso y necesario ese momento, pero es imposible que dure para siempre.

El enamoramiento está camino del amor. Tiene que llegar a un punto en que se eleve con la voluntad y la inteligencia y decida entregarse por entero al otro. El amor es radical. O te escojo por completo o te acabo utilizando.

El amor verdadero no termina nunca y es capaz de trascender el tiempo, elemento que fortalece el auténtico amor, pero puede erosionar el amor aparente. Y digo aparente, no falso, porque el sentimiento que se esconde tras esa apariencia de amor es casi siempre sincero, aunque insuficiente.
Normalmente, se obtiene lo que se pone: si se pone un amor a término, se obtendrá un amor a término; si pone un amor para siempre… «Amar después de amar» no es otra cosa que volver una y otra vez a nuestro amor, porque el amor sólo muere cuando nosotros decidimos matarlo.

El enamoramiento es un elemento esencial en el amor. Hay que amar apasionadamente… ¡siempre! Un hombre o una mujer sin pasiones no son humanos, pero la pasión adopta modos y formas muy variadas en cada persona y en cada momento.

El hombre que se limita a conservar (el conservador por naturaleza) es un desgraciado, pues no tiene tarea. Hay que enamorarse una y otra vez. A menudo el papel de la voluntad es el de optimizar los sentimientos, es decir, dirigirlos al amor, provocarlos cuando languidecen e invocarlos una y otra vez, pues en la naturaleza humana (a diferencia de la divina o de la angélica) la voluntad no es capaz de amar de forma cabal, propiamente humana, sin el auxilio del sentimiento, de la sensualidad.

Es decir, la voluntad humana necesita los sentimientos para ser ella misma. Amar sólo con la voluntad es sobrehumano, no nos corresponde. Fíjese en los místicos: aman a un espíritu puro y han alcanzado las más altas cotas de sensibilidad, dando a la poesía sus mejores momentos, los más «sentimentales», en el sentido hondo de la expresión.

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