Una de las funciones principales de la familia es crear un ambiente en el que la instrucción tienda a convertirse en cultura, y en el que la cultura tienda a convertirse en sabiduría. La sabiduría no consiste sólo en saber, sino también en saborear el saber; es conocer las cosas por sus últimas y más altas causas.
Por Gerardo Castillo. Texto original de www.iffd.es

Para referirse a ese ambiente que se espera de la familia suele utilizarse la expresión cultura familiar. Consiste en el cultivo personal de cada uno de sus miembros con la colaboración del resto. El ambiente cultural lo deben promover inicialmente los padres, por ser los primeros y principales educadores; pero ellos no son los únicos responsables: los hijos y todos los miembros de la familia extensa han de cooperar.
En muchas familias existe un patrimonio literario y artístico –mayor o menor, según los casos–, que constituye la cultura objetiva. Ese patrimonio es la base para el cultivo interior de cada miembro (cultura subjetiva). Los padres pueden y deben recurrir también a algunos complementos culturales, tales como colegios, asociaciones juveniles, bibliotecas públicas, museos, librerías y exposiciones de arte.
Los padres promueven cultura familiar tanto desde su propia cultura como desde la cultura heredada en la familia: los legados culturales que se transmiten de padres a hijos en las sucesivas generaciones. Los principales puntos de inserción de la cultura familiar están en el hogar. Entre ellos cabe citar: la profesión paterna y materna; las aficiones de los padres y abuelos; los amigos cultos de la familia; los estudios de los hijos; la biblioteca familiar; los videos y fotografías de acontecimientos especiales; las tradiciones y costumbres familiares; la decoración de la casa; los recuerdos en forma de objetos procedentes de algunos viajes.

Transmitir valores vividos
En la cultura familiar se relaciona lo que se hace con valores que dan sentido a la vida. Surge así una formación humanística que predispone a los hijos a buscar la verdad y a hacer el bien. Ello es posible porque la familia es una comunidad de amor en la que se enseñan y transmiten los valores culturales, éticos, sociales y espirituales esenciales para el desarrollo de sus miembros.
En otros ámbitos diferentes de la familia también se pueden transmitir valores –por ejemplo, en la escuela–, pero ello suele reducirse a informar sobre los mismos. La familia, en cambio, tiene la gran posibilidad de transmitir valores vividos. Lo que educa esencialmente a una persona no son los discursos, las clases o los libros, sino pertenecer a una comunidad que tiene una buena forma de vivir: una cultura auténtica, un carácter formativo. Las virtudes se adquieren en comunidades educativas en las que se viven valores verdaderos que hay que hacer propios. En la familia existe, además, una forma de aprender que no se da fuera de ella: un aprendizaje por impregnación del modo de vida adulto; desde las primeras edades, los niños aprenden, como por ósmosis, lo que ven y oyen en sus casas.

*Gerardo Castillo Ceballos es doctor en Pedagogía y profesor emérito de la Universidad de Navarra, donde ha sido profesor y subdirector del Instituto de Ciencias de la Educación y del Departamento de Educación, y profesor en el Máster sobre Matrimonio y Familia.