La alegría es espiritual y proviene del amor. Es compatible con el dolor, con las contradicciones, con la adversidad, porque nace de la paz del corazón. Sus enemigos son la vanidad, la inmadurez y el excesivo foco en sí mismo.
Por Diego Ibáñez Langlois
La alegría es generosa porque piensa más en los demás que en sí mismo, porque busca contentar a quienes amamos. De hecho, es el fruto natural de intentar adquirir las virtudes humanas y la conciencia de que se es verdadero hijo de Dios.
Pero la alegría también exige la disposición a hacer frente a los obstáculos que nos entristecen, es decir, la firme voluntad interior de querer estar contento y de llevar ese goce a los demás. Sonreír en momento difíciles puede significar un gran esfuerzo, porque exige autodominio y temple. La vida es lucha, pero lucha deportiva como la enfrentan los buenos atletas.
Los enemigos de la alegría
Las personas tristes están demasiado apegadas a sí mismos. Se miran con lupa y encuentran siempre motivos para no estar contentos. Su falta de alegría la atribuyen a los demás. Son complicados, susceptibles, tienen un amor propio excesivamente correspondido y se tienen como centro obligado de los que tienen alrededor.
Tristeza no confesada y egoísmo pertenecen a la misma familia, como la soberbia y la ausencia de sencillez. El egoísta tiene una personalidad fingida, inventada, que se alimenta de triunfos y éxitos efímeros. Cree que la vida es un escenario en el que él es el actor principal y que toda la trama de la vida gira en torno a él. Siente una frágil alegría cuando le dan en el gusto y triunfa.
Es también enemigo de la alegría la vanidad. Hay personas que sólo contemplan su rostro y en los ojos de los demás se ven a sí mismos. “¿Qué efecto le produce?”; “¡Qué interesante estuvo mi punto de vista!”. “Los encanté, ¿verdad?”. En la fotografía de su familia o de los que trabajan con él, sólo se contempla a sí mismo. No se sabe de paso y quiere construir aquí su patria definitiva. Yo, mis cosas, mi trabajo, mis triunfos.
Otro enemigo de la alegría es la envidia, ya que se define como “la tristeza por el bien ajeno”, o lo que es más insufrible, “la alegría por la desgracia ajena”. El premio de esa falsa alegría es afortunadamente el descontento, que se paga de inmediato, ya que no espera a pasar la factura.
Finalmente, también la inmadurez lleva a muchos a ser hipersensibles y así se transforman en personas difíciles que cuesta darles el gusto. “No me tratan como debieran”; “no reconocen mis cualidades”. Consideran la vida injusta. No se arrepienten de sus errores, sino que encuentran excusas y justificaciones para ellos. Se convierten, así en personas complejas.
Alegría y paz
¡Qué diferente es el interior de una persona que lucha por ser sincera, responsable, leal, generosa, serena, amable, agradecida! En ellos no hay desasosiego en el corazón, porque dentro de él reina el orden. Son personas que no viven en la superficie, “donde se recibe el embate de todos los oleajes”. Disfrutan del silencio bueno, saben admirar, agradecer y procuran hacer amable la vida de los suyos y de sus amigos. Saben escuchar, saben celebrar y saben disfrutar de las cosas pequeñas. Sus aliados son la humildad, la sencillez, la compasión, la solidaridad, entre otros.
Cultivan el buen humor que mejora el ambiente, son oportunos y delicados. En los demás ven personas y son respetuosos de su dignidad, aunque sean distintos o complicados. Corrigen con cariño, no usan la ironía y están atentos a los que sufren. ¡Cómo no van a estar alegres!