Criticamos cuando se “adelanta” a los niños, pero a veces los padres tampoco cooperamos a permitir que nuestros hijos vivan su infancia.
Por ejemplo, al verlos que se manejan tan bien con la tecnología, nos creemos el cuento de que ya crecieron. De que no nos necesitan. O porque se visten a la moda y se ven, efectivamente, como jovencitos. Pero tienen 11 años. No podemos descuidar nuestra tarea en esta etapa. No nos engañemos.
Si se dice que la recomendación de edad mínima para que tengan teléfono con internet es 13. ¿Qué pensamos nosotros como papás de ese hijo en particular? ¿Vamos a acoplarnos a los demás padres o vamos a pensar qué es lo mejor para nuestro hijo y perseverar en eso?
Dice la investigadora Catherine L’Ecuyer: “No ha muerto la infancia. Pero de que la hemos acortada, sin duda. Resiste de un hilo a ese espantoso maremoto. Niños y niñas que lo han visto y hecho todo, a los que nada sorprende e interesa, porque todo lo tienen a un clic y al instante, antes de desearlo. Desde los dos años, dejados a sí mismos navegando en sus cunas, sus delicados deditos encontraron imágenes dañinas que quedaron para siempre grabadas en sus mentes inocentes. Con cuatro años, bailaron el festival de fin de curso moviendo la cadera y enseñando el ombligo como Jazmín de Disneylandia que de tanta garantía que da, acaba adormeciendo como por arte de magia a la conciencia del padre que aplaude y graba el sensual baile, para el recuerdo de una infancia despejada. Con seis años celebró el Halloween vestida de Monster High y el Carnaval vestida de sensual enfermera. Niños atraídos por el feísmo y erotizados por pantallas sin otros filtros que los de su irresistible perfil Instagram”.
En casi todas las familias ha pasado algo parecido a lo descrito. Y, los padres, entusiasmados o haciendo la vista gorda, lo aceptamos como forma de vida en el mundo actual. “Sin mala fe, quizás por un desordenado y a veces inmaduro afán de “estar en la onda”, por miedo de ser tachados de “puritano”, o por confundir ignorancia con inocencia, hemos olvidado lo que es la frágil y maravillosa etapa de la infancia”, reflexiona L’Ecuyer.
La infancia es vivir en constante asombro, en constante movimiento. Es vivir en un mundo acotado y protegido, que permita desarrollarse y explorar sin peligros. Es vivir al margen de si la ropa queda bien o mal. De si salimos lindos o no en la foto. Es vivir arrojados a la experiencia, al momento, dando el 100% mientras transpiramos y reímos.
Si la adolescencia se adelanta no es algo de milagro o pura biología. Tiene que ver con adultos que hemos permitido que nuestros niños entren a un mundo que no les corresponde. ¿Qué apuro hay? ¿O no nos damos cuenta de que muchas veces nosotros quisiéramos volver a esas tardes sin prisa y risa de nuestra niñez?