Vivimos al ritmo de internet, sin embargo, lo inmediato, lo rápido y lo espontáneo no es lo propio del ser humano. Para poder elaborar un proyecto de vida y orientar los actos hacia él es necesario detenerse, pensar mientras actuamos y pensar por qué actuamos.
La habilidad reflexiva es el arma perfecta para hacer frente al culto a la inmediatez y a seguir los impulsos que existen hoy día y que hacen más difícil tomar decisiones correctas. Porque reflexionar significa pensar sobre nosotros mismos; pensar sobre lo que pensamos y por qué lo pensamos; es evaluar nuestras propias acciones, sus causas y las consecuencias que tienen en mí y en los demás. Y esto no sólo en momentos especiales de quietud o en una hora semanal destinada a ello: la reflexión no es posterior a las acciones, sino que debe ser una actitud permanente que dirija todos los actos del ser humano.
Así, miramos al hombre no como algo ya hecho, sino como un proyecto que se va constituyendo a través de las propias acciones de esa persona. Desde luego que tenemos un temperamento, unos genes, un contexto social y cultural que nos condicionan, pero cada cual conduce su vida y lo que vives te va modelando. Por eso los niños deben saber desde chicos que tienen la libertad para decidir sus actos y que éstos no dan lo mismo, pues lo que hacen o dejan de hacer les repercute, los modifica, los aleja o los acerca hacia su meta. Es decir, los niños deben saber y sentir que son dueños de sí mismos y responsables de sus actos.
Quienes tengan esta visión de hombre, reflexionarán antes de actuar, pues tendrán conciencia de que, al elegir, se están eligiendo a ellos mismos. Así, podrán incluso cambiar si es que no iban por el rumbo correcto. La reflexión permite asumir de forma positiva los fracasos, que son inevitables en la vida de una persona, pues al descubrir dónde está el error se aprende y finalmente se saca ventaja de la situación.