Por: Mª José Calvimontes1
En muchas sesiones con padres de familia, suele surgir una inquietud compartida: ¿cómo preparar a nuestros hijos para los desafíos de la adolescencia en un mundo que cambia aceleradamente, saturado de estímulos y modelos contradictorios? La reciente serie Adolescencia, ampliamente difundida en redes sociales y plataformas digitales, ha dejado una sensación de vértigo y, en muchos casos, de temor. La exposición a contenidos violentos, el aislamiento emocional, el riesgo de adicciones o de crisis de identidad se hacen más visibles y, a veces, como adultos nos sentimos desbordados. ¿Cómo acompañar anuestros hijos si no podemos estar en todo?
Desde esa pregunta —legítima y urgente— quiero proponer una mirada diferente. Una queno niega la complejidad del entorno, pero que pone el acento en lo que sí tenemos a la mano. Porque si bien no podemos controlar cada pantalla ni cada contacto, sí podemos tejer, en lo cotidiano, redes de apoyo, espacios de encuentro y momentos de formación. Y muchos de esos espacios los podemos encontrar en el tiempo libre.
Desde la infancia, construyendo el futuro
El tiempo libre no empieza a ser importante en la adolescencia. Ya en la infancia se van moldeando la sensibilidad, los gustos, la manera de estar en el mundo. Lo que hacen los niños cuando juegan, lo que miran cuando descansan, los vínculos que forjan… todo eso va dejando huella. En esa etapa de la vida también despierta la capacidad de asombro, el sentido estético, la apreciación por la belleza en sus múltiples formas: en un gesto del papá, en una historia de la abuela, en la decoración de la mesa de cumpleaños, en el cielo limpio que queda después de la lluvia. Y nada de eso es menor: los ciudadanos responsables, empáticos y conscientes que queremos para el futuro se forman hoy en esas pequeñas grandes experiencias de relación con los demás y con su entorno. Se educan en el colegio, sí, pero también —y muchas veces con más intensidad— en el tiempo libre.
En ese espacio que a veces consideramos accesorio, nuestros hijos no sólo descansan: también aprenden a elegir, a relacionarse, a conocerse a sí mismos. Y, como padres, nos jugamos mucho ahí. No para llenarlo de actividades ni convertirlo en una nueva fuente de exigencias y horarios por cumplir, sino para mirarlo con sentido, acompañarlo con presencia y darle un lugar real en nuestro proyecto de vida familiar.
Lo más serio del día
Con frecuencia pensamos el tiempo libre como un “extra”, un recreo después de lo verdaderamente importante: el colegio, las tareas, las academias, las actividades dirigidas.
Pero el tiempo libre no es, en absoluto, trivial: es uno de los terrenos más fértiles en la formación de nuestros hijos. Es ahí donde se ejercitan sus decisiones, se expresan sus intereses, se consolidan sus relaciones y, sobre todo, se configuran sus valores.
Lo que ven cuando están solos, las series que siguen, los influencers a quienes admiran, la música que escuchan, los libros que leen —o los que no—, el deporte que practican —o el sedentarismo—, los grupos de amigos, los videojuegos, los paseos… todo eso los forma. Y muchas veces, de manera más profunda que los contenidos académicos o incluso que nuestras palabras como padres.
Una invitación concreta
¿Qué podemos hacer, entonces, ante un entorno desafiante y una adolescencia que parece cada vez más difícil de acompañar?
Podemos volver a lo esencial. No se trata de tenerlo todo bajo control, sino de construir lazos y recuerdos en las pequeñas cosas del día a día:
● Comer juntos: una comida compartida es más que alimento para el cuerpo. Es conversación, es escucha, es rutina que ordena, es una oportunidad para afianzar laidentidad familiar.
● Ver películas o series en familia: optar por contenidos que valgan la pena, conversar después, compartir visiones, percepciones y opiniones. Todo eso abre una puerta valiosa.
● Disfrutar de la naturaleza: aunque sea en un paseo a la plaza más cercana. Caminar, detenerse, contemplar el mundo sin pantallas (y agradecer por él) ayuda a reconectarse con uno mismo y con los demás.
● Participar en actividades solidarias: ayudar a otros nos da perspectiva. Nos saca del “yo” y del “ya” para abrir el corazón a lo importante.
● Cultivar la fe: rezar juntos, celebrar fechas especiales, visitar santuarios o compartir gestos sencillos de fe. La espiritualidad vivida en familia fortalece la unión y dasentido de trascendencia.
Educar desde la esperanza
Educar en el uso saludable y creativo de la tecnología es clave, no hay duda. Pero tambiénlo es cuidar esos otros espacios donde se respira y construye la vida familiar. En ellos nuestros hijos no sólo se entretienen: tienen la oportunidad de sentirse seguros, vistos,amados. De saber que pertenecen a un equipo a toda prueba. Y desde ahí, con esa certeza de nuestra incondicionalidad, pueden enfrentar el mundo.
La adolescencia no es un terreno hostil en el que defenderse, sino un tiempo detransformación y búsqueda. Es cierto que implica riesgos y trae dificultades, pero tambiénnos ofrece oportunidades únicas para crecer y acompañar con esperanza. Si ofrecemos a nuestros hijos un hogar donde el tiempo libre tiene sentido, presencia y belleza, les transmitiremos más que normas: les daremos raíces.