Por Pamela Cajales Macuer1

La adolescencia es una etapa notable –tanto por lo notoria, cuanto por lo maravillosa–, en la cual se producen procesos claves de desarrollo, contando por primera vez cada uno de nosotros con la propia capacidad para conducir el proceso de crecimiento de una manera protagónica, completar vacíos y reenfocar situaciones tanto de la niñez, como de su presente. La adolescencia es considerada una fase de transición de la infancia a la juventud. Es el despertar de la propia libertad, que, como atributo propiamente humano, debe ser educada y conducida.

El desafío para el adulto es saber acompañar al adolescente a una prudente distancia. Sin exceso de cercanía, que agobia e impide la asunción de desafíos, la comisión de errores, la experiencia del fracaso –necesarias en todo proceso de maduración–, ni tampoco con exagerada lejanía, dejando al adolescente a su propia y exclusiva suerte, so pretexto de que “ya es grande”. Desde luego, tal prudente distancia es siempre desde el rol de adulto, guía y educador. Nunca de par ni de amigo en relación de horizontalidad.

Autores como Piaget, caracterizan la adolescencia como una “etapa de desarrollo cognitivo en la que se produce un pensamiento más complejo y abstracto”2. Esta característica del periodo usted puede utilizarla para generar nuevos espacios de comunicación y de cultivo y expansión del mundo intelectual y afectivo del adolescente. Las conversaciones pueden progresivamente sofisticarse en su profundidad y sutilezas, y ampliarse en sus temáticas.

Para Erikson, la adolescencia se caracteriza, principalmente, como un período de crisis de identidad, en el que los jóvenes deben desarrollar la propia 3. Este aspecto refrenda la necesidad de la permanente compañía, permitiendo, a su vez, que el adolescente amplíe sus círculos de relaciones interpersonales.

Hay que tener presente que el adolescente transita en distintas etapasdel desarrollo de su identidad: identidad difusa, identidad establecida prematuramente, crisis de identidad, logro de la identidad. (Erikson,1985)

Castillo4 menciona que la adolescencia es un período significativo y prolongado, marcado por cambios biológicos, físicos, psicológicos y sociales que llevan a construir la identidad personal. En la adolescencia se integran distintos aspectos de la personalidad, que se establece con la experiencia, la imagen de sí mismo y la que perciben quienes le rodean, los acontecimientos personales, las características familiares, etc. Una construcción positiva de la identidad fortalece la autoestima.

Kolhberg5 menciona que a nivel de desarrollo moral, se produce el tránsito de una moralidad convencional, marcada por las normas externas y las figuras de autoridad – los padres -; hacia una moralidad post convencional, donde primero se desafía la autoridad, se cuestionan las normas establecidas, comienzan a hacer sus propios juicios basados en principios de igualdad y justicia; para finalmente elaborar su propia escala de valores interna. Este rasgo adolescente exige en los adultos especial paciencia, fortaleza, ternura y carácter. Un adulto en exceso susceptible se sentirá permanentemente pasado a llevar, ninguneado o desautorizado. Un adulto en exceso rígido se contentará con hacer que sea el adolescente el que se adecúe a las reglas de siempre. Ninguno de esos extremos funcionará. Los adultos debemos saber adaptarnos a las diferentes etapas de nuestros hijos.

En todo caso, siempre debe haber claridad en los padres, guías o educadores de que son detentadores de la autoridad, y han de saber ejercerla. Sin rudeza, ni rigidez, ni obstinación, sino con flexibilidad y ternura. Pero con firmeza y claridad. El adolescente necesita límites, y si los transgrede requiere una sanción justa, en proporción a la falta, jamás denigrante, ni humillante. Nunca es buen indicio que la sanción sea impuesta estando el adulto en un estado emocional destemplado, sea por la ira o la pena profunda. Las sanciones que buscan de algún modo la reparación del mal causado, son, por el contrario, edificantes. También puede contribuir a la función educativa de la sanción que esta sea dialogada y concordada con el adolescente. La sanción justa es un gesto de amor, profundamente educador. El adolescente, que explora su libertad, requiere hacer patente, visible y experiencial la contracara de ésta, cual es el sentido de responsabilidad. Nuestros actos tienen consecuencias.

Por otra parte, como lo nota Castillo (2001), la adolescencia es una etapa en la que se evidencian con claridad las diferencias entre mujeres y varones, a nivel biológico, físico, pero también a nivel de desarrollo de la identidad y la sexualidad. Como adultos, hay que tener presente que no hay adolescencia, sino adolescentes. La mirada personalizada, siempre indispensable, en este periodo resulta especialmente crucial.

Melendo6 menciona que cuando tenemos hijos adolescentes, los padres debemos crecer nosotros mismos, una vez que se toma conciencia de todo esto, ¿cómo comportarse con un adolescente para poder vivir juntos y ayudarle? Ante todo, con mucha más madurez que él. La adolescencia está pensada más que nada para los padres, cuando el hijo o la hija cambia, nosotros no podemos quedarnos atrás: debemos cambiar con ellos, pegar un auténtico estirón, dar un salto de calidad.

Habrá que estar atentos y tener detalles con él, pero sin hacerlos pesar ni darle nunca la impresión de que se le vigila o se está mendigando su cariño. Es normal que no venga a mostrarnos su intimidad. De nada sirve decirle que se abra, que la madre o el padre son sus mejores amigos. Habrá que buscar las ocasiones de diálogo y de confidencia —habitualmente muy breves, circunstanciales y esporádicas— pero no forzarlas.

La segunda propuesta es, ayudarles a crecer, el deseo de autonomía que se desarrolla en el adolescente debe ser apreciado y favorecido, sin temor de los padres; es importante no confundir autonomía con ausencia de lazos afectivos.

Necesitamos confiar en ellos, acompañarlos en esta etapa de confusión y desconcierto en que se encuentran. Desde luego, una ayuda no menor es procurar acordarse de la propia adolescencia. No nos corresponde ni está a nuestro alcance suprimir sus inseguridades ni resolver sus problemas. Como padres, debemos tener en cuenta que no lograremos evitar sobresaltos niturbulencias en esta etapa de desarrollo, pues son características de la misma. Debemos, por amor, aprender a navegar en estas nuevas aguas, con firmeza en el timón, claridad en la brújula y mucha flexibilidad según los vientos.

 


1 Pamela Cajales Macuer es magíster en ciencias de la familia por la Universidad de los Andes, psicóloga por la Universidad Nacional Andrés Bello y profesora de educación general básica por el Instituto Profesional Educares. Actualmente, desarrolla su actividad profesional en la atención clínica especializada en familia, junto con labores de consultoría, dirección de fundaciones, y conferencista, integra la Comunidad Interdisciplinar Olga Wojtyla. Contacto: pamela.cajales@caminares.com

2 Jean Piaget (Suiza, 1896 – 1980) Biólogo, pionero de la psicología evolutiva.

3 Erikson, Erik. (Alemania, 1902-1994). Psicólogo y psicoanalista, reconocido, entre otras áreas, por sus contribuciones en psicología del desarrollo.

4 Castillo Ceballos, Gerardo. Los adolescentes y sus problemas. Astrolabio educación, España. 2001.

5 Kohlberg, Lawrence. La teoría del desarrollo moral. Desclée De Brouweb. 2008.

6 Melendo, Tomás (España, Melilla, 1951) es doctor en Ciencias de la Educación y en Filosofía.